jueves, 31 de mayo de 2012

Bar


Por aquellas noches Caronte me esperaba
para dar una vuelta por el río de Quilmes,
las musas estaban ausentes
y dos demonios pervertían mis actos.
Durante exactamente quince días
fui el condenado bar tender
de un sucio bar de la rivera.

La vida pasaba del otro lado,
yo sólo le servía las copas.
Esclavo de un antiguo reloj
que agonizante a las doce
me devolvía a las calles.
Surfeaba a ochenta por autopista y
en veinte minutos estaba en mi casa.

Mi compañera dormía, yo le
besaba la frente y me arrastraba de nuevo
al comedor, allí el vino más agrio, desde
arriba de la heladera, me prometía
inmaculados versos, pero complotado
con mis demonios se divertían
de mi errante suerte hasta pasadas las tres.

Nadie despierto para llamar,
nadie conectado a la red,
podría haberme matado alguna
de aquellas noches y hubieran tardado
al menos ocho horas en enterarse.
La vida nocturna puede
ser muy solitaria