martes, 27 de marzo de 2012

Perros


El ladrido de un perro me despertó

a las tres de la mañana,

ladrido que generó otro, y otro, y otro,

pronto la sinfónica canina estaba en marcha.

La conocida música de fondo

de aquellos días de insomnio,

de adolescencia perdida.


Duró alrededor de cinco minutos,

pronto todo volvió al habitual silencio.

El motor de la heladera tembló,

y arrancó con su hipnótico sonido,

la mochila del inodoro goteaba

y los gatos de mi novia ronroneaban

a los pies de la cama.


Abracé a mi compañera de dormía de lado,

todavía tenía cuatro horas de sueño.

Quise estar encadenado,

dar vueltas en el interior de una cucha

satisfecho de mi reciente muestra de masculinidad canina.

Al fin de cuentas todos somos perros

Ladrándole ferozmente a la luna.


sábado, 17 de marzo de 2012

El Iluminado


Los vio venir desde la avenida, la camioneta dobló a gran velocidad, levantando una nube de polvo a su paso por la calle de tierra. Le dio la última pitada al cigarrillo, lo pisó y entró cerrando el portón tras sus pasos. Los sintió ya por la esquina y se apresuró a cerrar la puerta de la casa, apoyó la espalda contra la misma, miró el foco de luz incandescente del comedor y suspiró. Tiró un ligero manotazo al aire, como espantando una mala idea, y pareció relajarse; sacó pecho y caminó hacia la cocina.

La camioneta frenó frente a su casa, ignorándola, tomó la pava, la llenó y le puso yerba al mate. Miró nuevamente el foco de luz del comedor y fijó sus ojos hasta distinguir el filamento espiralado que produce tanta magia. Desde afuera se sintió que alguien golpeaba las manos, no se inmutó. Las manos volvieron a sonar y esta vez escuchó una voz que ordenaba algo a otra persona. Sacó la pava del fuego, agarró el mate y se sentó a la mesa, justo en la esquina al lado de la ventana que daba al patio. La tarde empezaba a caer y cebó el primer mate mientras volvía a posar la mirada sobre el foco del comedor. Sintió que afuera manipulaban un instrumento metálico, supo que era una escalera, lo confirmó cuando escuchó el ruido que hizo cuando la apoyaron violentamente contra el poste de madera.

“Debería haber buscado los papeles en el cajón”, pensó; por un instante amagó a levantarse, pero descartó rápidamente la idea. Siguió tomando mate en la esquina de la mesa, al lado de la ventana, en una tarde que empezaba a caer. Prendió un cigarrillo, escuchó que afuera alguien comenzaba a subir por la escalera. Escuchaba atentamente mientras miraba los dos centímetros de ceniza que se habían formado en la punta del cigarrillo y se propuso no dejarla caer hasta que llegue al filtro. Le dio otra pitada, esta vez más cuidadosa, afuera escuchó indicaciones, miró el foco nuevamente y, de repente… la nada, la luz de toda la casa se extinguió, la penumbra lo abarco casi todo, los cables cortados golpearon contra el frente de la casa, reconoció una amargura creciente en el pecho y sintió caer la ceniza del cigarrillo sobre el mantel. Tragó saliva; no era una persona fácil de amedrentar, giró a su derecha sin levantarse, sacó del modular un pedazo de vela, lo prendió y volcó horizontalmente sobre un cenicero, cuando creyó que había suficiente cera, apoyó la vela y esta se mantuvo erguida, irradiando una pequeña luz que luchaba cuerpo a cuerpo contra la oscuridad.

Se cebó otro mate, la camioneta finalmente se había ido. Recorrió con la vista los límites hasta donde llegaba la pálida luz y allí lo vio sobresalir irónicamente de la oscuridad, “12 de Mayo de 2008 – Edesur – Aviso de Corte – Estimado cliente… Tomó el papel, lo hizo un bollo y lo tiró a la basura. Se sentó, prendió otro cigarrillo y cebó otro mate más.

Vio pasar un zorzal a unos metros de la ventana, que luego se poso sobre un árbol del jardín. Lo escuchó cantar. “Que animal hermoso”, pensó. Unos minutos después, el sol se había ocultado por completo.

sábado, 10 de marzo de 2012

Bar

Por aquellas noches Caronte me esperaba

para dar una vuelta por el rio de Quilmes,

las musas estaban ausentes

y dos demonios pervertían mis actos.

Durante exactamente quince días

fui el condenado bar tender

de un sucio bar de la rivera.


La vida pasaba del otro lado,

yo solo le servia las copas.

Esclavo de un antiguo reloj

que agonizante a las doce

me devolvía a las calles.

Surfeaba a ochenta por autopista y

en veinte minutos estaba en mi casa.


Mi compañera dormía, yo le

besaba la frente y me arrastraba de nuevo

al comedor, allí el vino más agrio, desde

arriba de la heladera, me prometía

inmaculados versos, pero complotado

con mis demonios se divertían

de mi errante suerte hasta pasadas las tres.


Nadie despierto para llamar,

nadie conectado a la red,

podría haberme matado alguna

de aquellas noches y hubieran tardado

al menos ocho horas en enterarse.

La vida nocturna puede

ser muy solitaria


miércoles, 7 de marzo de 2012

ANOBIUM PUNCTATUM

Grnch, grnch!! Hay veces en que

todavía creo sentirlo,

hubo una época en que diminutas larvas

se comían mi techo.

Asquerosos gusanos blancos que

dormían de día y por las noches

despertaban voraces para arremeter

contra los tirantes, encima de mi cama.


La música de fondo de mis

veinte minutos antes de dormir,

se tornaba insoportable las noches de insomnio.

Grnch, grnch!! Aquellos condenados se comían

mi techo y yo nada podía hacer.

Cada vez mas propensas a caerse, aquellas maderas

eran el centro de mis preocupaciones.


Al igual que las goteras, hoy las larvas han

desaparecido, por las noches solo escucho

el metálico sonido del reloj despertador.

Pero hay ciertas noches, aquellas en las que reina el

mas absoluto de los silencios, en que los puedo sentir,

Grnch, grnch!! De nuevo aquellos asquerosos gusanos

comiéndome el corazón.