Esta noche me torturan
todas mis mascotas muertas.
Hace un rato me acosté,
solo me tomé una copa de vino
mientras trataba de escribir,
pero cansado de reincidir en
el fracaso opté por dormir, y ya han
pasado casi dos horas desde entonces.
Estoy agotado, tengo sueño,
se que dentro de una horas trabajo,
por dios si lo se, pero me es
imposible dormirme.
Y me acuerdo de
de Sofia, de Hercules, del primer Oso.
Comienzo a tejer un trunco árbol genealógico,
hijos bastardos del libertinaje canino,
sin padres ni madres,
perros negros de dudosa filialidad genética.
Me focalizo al fin en el rincón del patio
de mis viejos que las hace de cementerio.
Afuera los perros ladran, pero no es nada poético,
no es “un ladrido a mitad de la noche”,
son todos los putos perros del barrio
peleándose en mi puerta.
No aguanto, me levanto y
así en ropa interior salgo al patio de adelante,
en bolas y empuñando un palo
me abalanzo sobre la jauría,
“cállense hijos de mil putas, los voy
a matar a todos”, se dispersan,
vuelvo a la cama, un ladrido aislado
y después la calma.
Ahora si, siento el sueño
trepar por mi nuca.