Manejaba su auto a baja velocidad por la avenida principal. El sol le sentaba bien, la gente le sentaba bien, era un cálido día. Todo parecía poco a poco ir acomodándose y aparentemente no había nada que pudiera con él.
Ninguna cuenta bancaria, no más de ciento cincuenta pesos en el bolsillo. Ninguna idea para incrementarlos, pero si muchísimas para acabar con ellos. A eso de las doce le dio hambre, pero una comida y una cerveza le hubiera costado cerca de veinticinco pesos. Así que fue a un bar de las cercanías que con cada cerveza le entregaba una cazuela de maní. Este, rico en fibras prometía ser un buen entretenimiento para su estomago, y la cerveza haría lo mismo con su cabeza. Gasto solo diez, y eso era un buen augurio.
Ningún lado donde ir, nada que lo apure, la tranquilidad de no tener que proteger ningún efecto material. Carajo que eso era libertad. Todavía le quedaba su fuerza de trabajo y en última instancia el auto por el que podría aspirar a mil quinientos o dos mil pesos.
Ya no recordaba la última vez que había hecho el amor, y aunque siempre estaba a mano el artificial cariño de una prostituta, era demasiado orgulloso para hacerse del mismo. Las noches pasaban tranquilas dentro del Dodge y lo confortaba pensar que punto del mapa desearía conocer al día siguiente.
Continuará…
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